Space X —la empresa aeroespacial del fundador de Tesla, Elon Musk— ya tiene más de 240 satélites orbitando la Tierra. La European Space Agency (ESA), una agencia internacional dedicada a la exploración del espacio con 22 Estados miembros, desarrolla proyectos con un presupuesto de más de 6.680 millones de euros para el año 2020. Y según un informe elaborado por la Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior, hay un total de 4.921 satélites dando vueltas al globo terráqueo.
Los usos de estos aparatos son variados: desde predecir el tiempo, como MeteoSat, hasta proveer Internet y conexiones telefónicas a todo el globo. El sistema GPS también los necesita. E incluso se utilizan para medir el impacto del cambio climático en mares y océanos. Queda claro, por tanto, que su importancia es capital para nuestra vida cotidiana. Y por ello, son también un objetivo atractivo para quienes quieran alterarla.
¿Y qué pasaría si un pirata informático ‘hackeara’ un satélite? Eso es lo que se ha preguntado —y lo que responde en un artículo publicado en LiveScience— William Akoto, investigador postdoctoral en la Universidad de Denver.
«En medio de toda la fanfarria», dice el experto en conflictos cibernéticos, hay «un peligro crítico que ha pasado desapercibido: la falta de normas y regulaciones de ciberseguridad para satélites comerciales, tanto en los EEUU como internacionalmente, lo que los deja altamente vulnerables a los ataques» de ‘hackers’ con malas intenciones.
Según explica, si alguien consigue acceder a sus sistemas podría, simplemente, apagarlos. Dejarían así de prestar servicios, lo que colapsaría, por ejemplo, los dispositivos GPS o dejaría temporalmente sin trabajo a los meteorólogos. Otra opción es que los ‘piratas’ decidan falsificar las señales que envían los satélites. De nuevo, un posible caos en las comunicaciones, los sistemas de transporte…
Un ‘hacker’ podría estrellar un satélite contra otro. O apagarlo. O pedir un rescate. O falsificar las comunicaciones. O colapsar el transporte
Aunque el Departamento de Defensa de los EEUU y la Agencia de Seguridad Nacional han hecho algunos esfuerzos para abordar la ciberseguridad espacial, expone el investigador, «el ritmo ha sido lento».
«Actualmente no hay estándares de ciberseguridad para satélites y ningún órgano de gobierno para regularla y garantizarla. Incluso si se pudieran desarrollar estándares comunes, no existen mecanismos para hacerlos cumplir. Esto significa que la responsabilidad recae en las compañías privadas que los construyen y operan», añade.
Además, el ‘secuestro’ de un satélite no solo afectaría a la actividad que dicho aparato realiza. Al tomar el control de su posición, un cibercriminal podría estrellar uno con otro. Y podría convertirse también en una vía de ingresos para organizaciones criminales que pidieran, tanto a empresas como a gobiernos, un rescate a cambio de devolver el control a sus dueños.
Akoto también recalca otro punto débil: al tratarse de estructuras complejas, varias empresas están involucradas en el proceso de fabricación de los mismos. Y a más manos, más peligro de que un delincuente se infiltre en el ‘software’ tanto del aparato en sí como del ordenador que se usa para controlarlo y monitorizarlo.
La advertencia de Akoto, que puede sonar a ciberdistopía, no es tan descabellada. Hay precedentes. En 1998, varios piratas informáticos tomaron el control del satélite germano-estadounidense X Rosat, al que ordenaron que orientara sus placas solares directamente al Astro Rey y que acabó cayendo —sin control aunque sin causar daños materiales relevantes— contra la Tierra en 2011.